El pasado 24 de febrero empezó la invasión rusa de Ucrania, y enseguida comenzaron las primeras manifestaciones contra la guerra con un marcado carácter pacifista que, en algunos casos, contaron con una importante presencia de la población ucraniana. El el 5 de marzo miles de personas se manifestaron en varias ciudades europeas.

Especialmente significativa fue la respuesta en Roma, donde se organizó una «manifestación por la paz», que a pesar de hacerse con sólo cuatro días de antelación, fue un éxito, participando 50 mil personas, con una fuerte presencia de la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL), estudiantes, organizaciones sociales, y la izquierda italiana. El debate sobre las consignas no fue menor, se cuestionaba el papel de la OTAN y el militarismo europeo, junto con el repudio a la  invasión rusa. Un precedente a tener en cuenta en las movilizaciones que se han ido sucediendo a partir del mes de septiembre.

Con la prolongación de la guerra y sus terribles consecuencias, los productos y los servicios se están encareciendo en los países de la Unión Europea, que está rozando una inflación del 10%. Si bien, los países con la mayor inflación son los bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) con tasas que superan el 20%, Alemania ha alcanzado el 7,9%. Con este contexto se han extendido nuevas protestas, que a diferencia de las movilizaciones de marzo, tienen como principal reivindicación las necesidades sociales ante la preocupación que provoca un difícil invierno, agravado por el aumento de los precios del gas y la electricidad.

En ese sentido, el pasado 3 de septiembre, unas 70.000 personas salieron a la calle en Praga bajo el eslogan “Chequia primero” para pedir un cambio de postura de la Unión Europea frente a la guerra, exigiendo la neutralidad del país y el fin de las sanciones contra Rusia, para poder garantizar el suministro de gas para los hogares. En la manifestación hubo presencia de los comunistas, pero también de formaciones euroescépticas y nacionalistas.

Aunque nos puede extrañar el caso checo, también fruto de su situación política, esta oleada se extendió rápidamente. En Alemania, se extiende la opinión de que el paquete de ayudas del gobierno federal (SPD, Verdes y Liberales) de 65.000 millones de euros, es insuficiente. Además, es el este alemán donde más daño está causando el alza de los precios. En los estados federados que formaban el territorio de la RDA, los salarios son un 25% inferiores a los del oeste y hasta un tercio de los y las trabajadoras únicamente cobran el salario mínimo.

Pero independientemente del éxito que tengan estas medidas, hay un creciente malestar en Alemania. Inicialmente no fueron tantas personas como en Praga, pero al día siguiente unas 2.000 personas se manifestaron en Colonia para exigir al gobierno que antepusiera las necesidades energéticas del país a las exigencias de la OTAN y se pidió que el gasoducto Nord Stream 2 volviese a funcionar. Un dato a tener en cuenta, la concentración también estaba convocada por grupos de la diáspora rusa. No hay que olvidar que en Alemania viven unos 3 millones de personas de procedencia rusa.

Ante este conflictivo escenario, se anunció un “otoño caliente” con manifestaciones regulares todos los lunes, a partir del 5 de septiembre. En primer lugar, Die Linke había llamado a realizarlas en Leipzig bajo el lema “Abajo los precios – La energía y la comida se deben poder pagar”.  Pero los grupos de la ultraderecha (como AfD y Sajonia Libre) también quieren capitalizar las protestas contra el aumento de precios de productos básicos. Las protestas se quieren identificar simbólicamente con las acciones que los lunes realizaban los sectores contrarios a la RDA en el 1989.

El otoño también se presenta caliente en Francia, donde a través de las redes sociales se convocó una manifestación contra el gobierno de Macron el pasado 10 de septiembre. Los convocantes, fundamentalmente en Paris, querían partir de la experiencia de los chalecos amarillos de hace unos años.

Hay que sumarle que el gobierno francés también deberá hacer frente a la convocatoria que el principal sindicato, la CGT, ha previsto para el próximo 29 de septiembre. En un comunicado, el sindicato decía que ha llegado el “fin de la abundancia para los empresarios y todos aquellos que se han lucrado con la crisis y que continúan la carrera infernal por las ganancias. Los trabajadores ya no pueden contentarse con las migajas de su producción”.

Más recientemente, el pasado 18 de septiembre, en Bruselas salieron cerca de 10.000 personas, convocados por el movimiento pacifista, los dos principales sindicatos y 93 organizaciones de todo el país, entre las que está el Partido del Trabajo de Bélgica, bajo el lema “Contra la guerra en Ucrania, contra la escalada militar, la entrega de armas y el belicismo, y por acuerdos de paz duraderos”.

Pese a que el Gobierno belga ha tomado medidas en los últimos meses para abaratar la factura de la luz, los grandes sindicatos del país consideran que se necesitan más acciones para amortiguar el impacto de la inflación, que ya ha alcanzado el 10,5%. Tras esta primera manifestación los sindicatos belgas han previsto organizar más movilizaciones en otoño, y si el gobierno no adopta más medidas, convocarán una huelga general próximo 9 de noviembre.

Finalmente, el pasado 19 de septiembre más de 32.000 personas salieron a la calle en Viena para protestar contra la subida de los precios de los combustibles, la energía y los alimentos. Protestas que contaron con el apoyo expreso del Presidente de la República (Van der Bellen, de los Verdes austriacos), y se producen justo antes de que comiencen las negociaciones entre los sindicatos y la patronal para pactar una subida de los salarios.

Sabemos que cuando se produce una guerra, son la clase trabajadora y los sectores populares quienes sufren las consecuencias. Es lo que hace urgente presionar con la movilización para que los gobiernos de los países europeos tomen medidas, principalmente bloquear el precio del gas y de la energía. A la vez, es imprescindible que se recuperen los grandes beneficios que las energéticas han obtenido aprovechándose de la especulación de precios para destinarlos a reforzar los servicios públicos y las medidas de protección social para los hogares trabajadores que lo necesiten. Se cierne la sombra de un frío invierno, y por eso las movilizaciones populares deben unir la exigencia de la paz con la implementación de políticas sociales. Es la única manera de enfrentar la inflación derivada de la guerra y cambiar la  errática política que los gobiernos de los países de la UE han adoptado al subordinarse a la estrategia de prolongación del conflicto que impulsa Washington. En este campo, un aprendizaje que aportamos los y las comunistas es que no debemos dejar en manos de la extrema derecha las protestas frente a las consecuencias económicas y sociales de la guerra, para evitar la secuencia posterior que podría suceder. El siglo XX es testigo de varios ejemplos.

(*) Responsable del grupo de Europa del Área de Internacional del PCE