Resulta complejo abarcar la vida cultural de este fin de semana de la Fiesta del PCE 2022, porque hemos podido disfrutar de una experiencia plural solapada en el tiempo, tomando decisiones difíciles en el decidirse por una actividad u otra, pero con el placer de disfrutar de un espacio común abierto, alegre y solidario. Una crónica de actividades que va a estar atravesada necesariamente por la experiencia personal, por los afectos y las querencias; estamos unidas en un mismo sentimiento, pero sería deshonesto cualquier otra cosa. Es lo bonito de la Fiesta: la pluralidad de experiencias posibles en un contexto fraternal.
En mi caso, que soy un ratón de biblioteca, no dispuse de tiempo para atender a las proyecciones de cine y representaciones teatrales que se realizaron en el espacio María Teresa León, aunque ya había visto alguna: es imposible dejar de recomendar El puente, película de 1977 que se proyectó en homenaje a Juan Antonio Bardem, una road movie a través de la Transición española. Lo mismo puedo decir de las exposiciones: sin poder acudir a la inauguración y conferencia de alguno de los artistas, no puedo dejar de recordar con familiaridad las ilustraciones de Vázquez de Sola o desear que las pinturas de Javier Parra terminen en paredes recuperando un arte mural que se ha vuelto a abrir paso con las reivindicaciones feministas, representadas por la propuesta novedosa y cruda de Paula Muñoz.
Pero vayamos a los trabajos y los días. El viernes, tras mover y colocar muchas sillas, quedé afincado con los libros en el espacio Trifón Cañamares. Este era un espacio de lujo: a un lado se encontraban los puestos de las librerías y editoriales que presentaban algún libro; librerías como Traficantes de Sueños, y editoriales como Utopía, Irrecuperables, o la gran protagonista Atrapasueños. Al otro lado, un espacio político pero sobre todo eminentemente cultural: los stands de las secciones regionales del PCE y de otras organizaciones se convirtieron en un espacio de intercambio de pegatinas, de camisetas, de textos y trabajos sobre las luchas obreras de cada región, y de experiencias. Un espacio para compartir. Libros y camaradería: el «fondo sur» del recinto del Auditorio Miguel Ríos ha sido durante tres días un foro público.
Pero estábamos con los libros de Trifón Cañamares (espacio homenaje al histórico militante de Guadalajara fallecido a los 104 años, en 2015). El viernes estuve pendiente de dos libros maravillosos. El primero, Rojas, de Carmen Barrios, es un monumento a las mujeres militantes, historias pequeñas de mujeres enormes, no siempre reconocidas en esas dinámicas de narraciones heroicas de la lucha obrera. Historias pequeñas, que parecen irrelevantes frente a otras, son las que sostienen sobre sus espaldas el resto de la lucha. La charla se centró en este aspecto: dar voz a las sin voz. Similar fue la siguiente presentación, de la biografía (primera en español) de Paul Robeson (Paul Robeson, artista y revolucionario), a cargo de Paula Park: no es la historia de alguien desconocido, pero sí es un gran desconocido para nosotros. Paula Park nos presentó el retablo de una vida caracterizada primero por la toma de conciencia, construyendo a cada paso a un radical que sobresalió en deporte, música, actuación, y como orador. Todo ello sazonado con la voz de este hombre que llenó la carpa trayendo recuerdos no vividos de cuando cantó para los milicianos durante la Guerra Civil. Me perdí, en el espacio Paquita Martín (otra histórica, fundadora de IU, fallecida hace apenas dos años), la presentación de uno de los libros con textos de Manuel Sacristán, figura que se está recuperando con justicia hoy; pero no fue un drama: ya había asistido anteriormente a una presentación y puedo decir que es un volumen necesario, pues recopila textos sobre ecología que adelantaban ya los problemas (y posibles soluciones) que hoy nos acosan.
El sábado, los libros se repartieron entre los espacios Trifón Cañamares y Paquita Martín. Es inabarcable la panoplia de obras que se presentaron para hacerles justicia en mil palabras, y es difícil seleccionar cuál merece ser señalado sin resultar injusto con el resto. Pero los afectos tiran, y los temas tratados durante la charla de Pensamiento y praxis de la izquierda, de Sebastián Pérez, resultaron muy estimulantes, así como la «aventura» de La gran fuga española, de Alejandro Torrús que nos llevó por la mayor fuga presidiaria sin haber terminado la Guerra Civil. Nota interesantísima para el debate, ya por la tarde, de A contracorriente. Las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989), sin duda uno de los libros del año, a cargo de Eduardo Abad, que nos lleva de viaje al interior del conflicto ideológico, teórico y práctico, del movimiento comunista en España en unos años cruciales, y que me ha resultado una ilustración importante para entender algunas dinámicas actuales. Más de lo mismo con la presentación de Apuntes sobre el movimiento obrero, con textos de Marcelino Camacho, presentado por su hijo Marcel Camacho y por Natividad Camacho, que fue un lleno absoluto donde nos quedamos sin tiempo para continuar con el debate. Ocurrió igual con la presentación de los textos de Julio Anguita del libro Nada sucede por casualidad, que se vio prologado por la presentación de Francisco Erice de los dos volúmenes de Un siglo de comunismo en España. Entre medias, yo mismo fui protagonista de esta crónica, y presenté mi libro Marx juega, una pequeña obra que intenta explicar los videojuegos a los marxistas y el marxismo a los videojugadores. Esto provocó que solo pudiera pillar a la mitad el homenaje a Matilde Landa, militante comunista muerta —suicidio, en principio—, hace 80 años, con la participación de Manuel Cañada, autor de un libro en su memoria titulado Para huir de la muerte, y que contó con la actuación de Lucía Sócam. Un lujo.
El domingo la premura me llevó de cabeza al transporte de vuelta a Extremadura (que ya sabemos lo difícil que es mover a un extremeño en transporte público), así que me perdí dos libros que me interesaban mucho: Los rotos de Antonio Maestre, y La España en la que nunca pasa nada de Sergio Andrés Cabello, ambos libros, de nuevo, sobre los protagonistas sin voz, sobre los márgenes de la historia y del territorio. Pero no fue una despedida amarga: sin desmerecer el trabajo de El Drogas, disfruté muchísimo la noche previa de la escucha de Liher, un grupo joven que espero tener la oportunidad de disfrutar de nuevo en el futuro (sin entender nada lo entendí todo). La mañana, fresca y de recogida, con un domingo largo de viaje, me devolvió a Extremadura agradecido de la oportunidad brindada de compartir espacio (literal y simbólico), con gente tan buena y tan inteligente. Por muchas Fiestas más, por muchos más libros y por mucha más cultura comprometida.