El pasado 14 de septiembre el ex vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, referente intelectual de la izquierda latinoamericana, impartió una conferencia en la Universidad Carlos III, en Madrid, para explicar cómo los procesos de transformación en América Latina no son cíclicos, con el determinismo que eso implica, sino que son oleadas. Estamos en la segunda oleada progresista, dijo, que no es una repetición de la primera sino que tiene sus características propias. Los procesos transformadores avanzan, retroceden y vuelven. “Y no sólo en América Latina, sino que será mundial”

García Linera compartió sus reflexiones sobre cómo cambia el mundo para poder comprender mejor los tiempos que vivimos; tiempos de incertidumbres que demandan certezas. Se ha perdido el optimismo en el porvenir, apuntó, y alguien tiene que dar esperanzas renovadoras a la gente; ese es el reto de la izquierda y ahí nos la jugamos. Ese vino a ser el núcleo duro del análisis sobre el momento en que vivimos y el porvenir que tenemos por delante. Lo desarrolló en una jornada que se prolongó durante más de dos horas.

Enrique Santiago, Secretario General del PCE y portavoz  para temas de Latinoamérica del grupo parlamentario confederal de Unidas Podemos en el Congreso, presentó a García Linera no sólo como el político que fue “binomio con Evo Morales” en los mejores años del Estado Plurinacional de Bolivia, sino como intelectual, docente y activista. Recordó que su labor en las luchas sociales y políticas de la década de los 70 y los 80 le costó cinco años de cárcel en un país que es de los que más golpes de Estado ha sufrido. Y fue otro golpe de Estado, en 2019, “cuando creíamos que la época de los golpes de Estado ya se habían acabado” el que les sacó del gobierno. Ya habían allanado el camino con un lawfare de manual, que se extienden como las manchas de petróleo contaminando las democracias de todo el planeta: acusaciones de corrupción y desprestigio, campaña de acoso de imagen y descalificación orquestadas por las derechas, con la complicidad del poder judicial, para sacar del juego a los adversarios políticos de la izquierda. Evo Morales y García Lineras fueron el objetivo de aquella guerra judicial y del golpe de Estado, en un país que se había convertido, según el diputado de IU, “en un referente de cómo, en muy poco tiempo, un país se había podido transformar desde la base y convertirse en una potencia emergente en América Latina mediante un mecanismo de redistribución de riqueza y de generación de derechos y de conocimientos”.

De ese desarrollo también habló en su presentación el profesor Daniel Oliva, responsable de la Cátedra de Sostenibilidad de la Universidad Carlos III, anfitrión de la conferencia, que vio en directo ese crecimiento durante el tiempo que vivió en Bolivia. El índice de pobreza bajó del 45 al 29%, y el de extrema pobreza del 12 al 8%. Oliva, además de hablar del progreso experimentado en el país, destacó el desarrollo de un tejido social comprometido, tan decisivo en la recuperación de la democracia.

En el golpe de Estado de 2019 “las potencias occidentales no estuvieron a la altura”, denunció Santiago, pero sí lo estuvo la ultraderecha: “fue el golpe donde más se ha visibilizado la coordinación de la ultraderecha internacional, especialmente de Vox”. En los años de binomio Evo-Linera (2006/2019), la economía de Bolivia llegó a crecer a un ritmo similar al de China, entre el 8 y el 9%. Y lo hacía en parámetros no sólo macroeconómicos, el éxito de ese progreso se construyó sobre la redistribución de la riqueza y la mejora en los diferentes territorios.

La primera oleada progresista

De ese contexto partió García Linera, para explicar su teoría de las oleadas. América Latina fue el primer continente donde se produjo el declive económico y político del orden neoliberal, donde más rápido cayeron las tasas de crecimiento económico. También fue el escenario de la articulación colectiva que se tradujo en luchas, victorias electorales y procesos de transformación. Entonces una oleada recorrió el continente en diferentes tipo de progresismo”. Agrupa a una diversidad de gobiernos de transformación; no tienen un horizonte común pero convergen en ciertas medidas. García Linera se centró en cuatro ejes. El primero fue el protagonismo; la política abandona los círculos cerrados del Parlamento, de los clubs, y se desplaza a los sindicatos, a los movimientos sociales y a las comunidades, que se empoderan. El segundo, el renacimiento de un protagonismo del Estado en la economía, ya sea nacionalizando o distribuyendo. El tercero, los derechos a la igualdad, a las pensiones, a la educación, a la sanidad. Y el cuarto, es que los gobiernos sin renunciar al mercado internacional, se centran en el mercado interno y en las materias primas.
Los resultados son un incremento de la economía y una importante disminución de la pobreza y de la extrema pobreza. En una década los bolivianos pasaron de cobrar 50 dólares a ganar 310 dólares.

Pero a partir de 2015 empiezan a aparecer las debilidades y limitaciones. Cuando la población sale de la pobreza y pasa a clase media, cambian sus perspectivas y su horizonte. Pero aunque hubo una redistribución importante de la riqueza no se logró cambiar el sistema productivo para dar estabilidad a ese cambio y consolidar esa redistribución.

Y fue también entonces, en 2015, cuando comienza el contraoleaje conservador: las elecciones en Argentina y Uruguay; las guerras sucias judiciales en Brasil; el uso de la fuerza contra parte de la sociedad y contra el Estado en Bolivia….

La segunda oleada progresista

El contraoleaje dura poco y llega la segunda ola progresista con mayorías electorales políticas en México, Argentina, Bolivia, Perú parcialmente, Honduras, Chile, Colombia, y, ojalá, Brasil. Los gobiernos con orientación postneoliberal intentan un nuevo orden económico.

Pero esta segunda oleada no es ya como la primera. Tiene importantes diferencias. Por ejemplo, los triunfos electorales, a excepción de Colombia, no vienen acompañados de grandes movilizaciones sociales, pero para que un gobernante camine más rápido lo mejor es que tenga a la gente en la calle.

Otra diferencia es que esta vez los líderes no son carismáticos, sino gobernantes más administrativos. Los primeros surgen cuando hay una ruptura, la sociedad quiere cambiar, apostar por un mundo nuevo y hay un líder con esas capacidades. Sin embargo, los gobernantes más administrativos presentan medidas más moderadas dirigidas a continuar las reformas.

En este tiempo, explica García Linera, “las derechas han aprendido y se han endurecido: no seducen sino que castigan. Se presentan para poner orden y castigar a los malvados, que para ellos son los migrantes, los sindicalistas, las mujeres…”  Son síntomas del declive de la derecha, que ha pasado a la defensiva y sale a la calle y mueve gente. Esta derecha es más dura, más inteligente, más agresiva y más peligrosa.

Va a haber victorias cortas y derrotas cortas, temporales. Y va a ser así no sólo en América Latina sino en todo el planeta.

Presente de incertidumbres, necesidad de certezas

El mundo ha cambiado, y no sólo en cuestiones económicas sino también en el estado de ánimo. “El espíritu del tiempo es otro”. Estamos en un fin de ciclo, en el derrumbe del sistema predictivo de las personas; en un tiempo suspendido. Vivimos en un presente de incertidumbres, de momentos “liminares”, argumenta García Linera. Es un estado de estupor general, de desapego, de frustración; “es así y así va a ser”. Y le sucederá una “disponibilidad colectiva” porque la gente necesita aferrarse a algo, que puede venir de la ultraderecha o de políticas progresivas radicales, que tendrían que inaugurar algo nuevo en la línea de transición ecológica; sistema de impuestos progresivos; articular el sistema bancario al productivo en lugar del especulativo; la producción tiene que jugar un papel fundamental; la agricultura sostenible, la combinación de política neoliberales con estatales…

Para remontar el presente hace falta altas dosis de audacia. Cuando la gente necesita certidumbre se lanza a buscarlas y puede encontrarlas en el progresismo o en la derecha. El reto de la izquierda es ser capaz de entender los tiempos y tener audacia para inaugurar nuevas cosas, no sólo administrarlas; tiene que ofrecer certezas y optimismo.