Cien años después de su nacimiento, Saramago permanece en los altares laicos de la cúspide literaria gracias a la inmortalidad que permite una obra tan rica y un ejemplo ético como el suyo, perdurable en la buena conciencia de millones de ciudadanos. Alguien escribió que la mera existencia de una persona como José le permitía seguir teniendo esperanza en la Humanidad. Aunque el Nobel rehuyó cualquier tipo de endiosamiento y nunca obró de forma premeditada para alcanzar la fama ni la admiración de los demás, sino que entendía estas como una consecuencia de su trabajo, la notoriedad y la lucidez de sus palabras hacían imposible que la imagen que había forjado, no se convirtiera en faro y guía para millones de personas que veían en él un espejo donde mirarse.
Preboste de la literatura lusitana en el siglo XXI, es una de las conciencias más preclaras del planteamiento altermundista actual. Fustigador del autoritarismo, reflexivo, estudiado, consciente, meticuloso con los datos, serio, ordenado e impecable en las formas correctas y educadas con las que dirigía su discurso, desplegó también su vehemencia comunicativa en realizar llamadas de atención contra quienes, desde supuestos postulados de la izquierda, se basaban en la ductilidad y el simplismo para construir discursos zafios, vacíos de contenido y alejados de la realidad social. Una buena parte de su obra permanece instalada en la mala conciencia de estos políticos mediocres.
Entendido en su conjunto, el trabajo de Saramago tiene una firme costura de principio a fin a través de sus personajes extraídos, en su mayoría, de las clases sociales trabajadoras. Todas sus páginas rezuman interpretaciones múltiples, y también mueven la conciencia, invitan a la reflexión, humanizan, aportan luz, inquietan al lector en la medida en que lo invitan a dudar, a poner una interrogación en cada aspecto de su encaje con el entorno en que se desenvuelve, le inclinan hacia el movimiento, le invitan a romper con las cadenas que atan a un pasado de inacción y le empujan a comenzar nuevas sendas. Estos son parte de los aspectos que hemos querido reflejar sobre las páginas de nuestro libro, insistiendo en que una buena porción de su magia radica en esa materia movilizadora inserta en su obra. La empatía que experimenta el lector hacia los personajes que construyen los relatos, y cómo se viven en los tuétanos esos momentos angulares en que deciden ir más allá, romper con la quietud, la monotonía, el freno de una existencia febril y prosaica, para lanzarse a la aventura que transformaría su vida, son otros aspectos muy a tener en cuenta.
Para escribir el libro que dedico a este autor nacido en Azinhaga, nos hemos impregnado de su universo viajero y hemos sentido el viento lanzaroteño soplando en nuestro rostro, el sol de Brasil tostando nuestra piel, los gritos de las manifestaciones clamando junto a nuestro oído, la ilusión de abril del 74, el horror de la censura, las lágrimas sobre nuestras mejillas escuchando los testimonios de los supervivientes de Acteal o contemplando la dureza de las condiciones de vida de los palestinos; hemos abrazado a García Márquez, a Eduardo Galeano y a Benedetti, hemos sido partícipes de aquella historia de amor con Pilar del Río y hemos sentido la enorme responsabilidad de leer un discurso de aceptación del Nobel ante las autoridades académicas suecas. Bucear en el océano mágico de Saramago ha sido una bella e intensa aventura que nos ha llevado a descubrir países, autores, actores, músicos, cantantes y a enamorarnos de sus personajes, especialmente de las mujeres, que juegan un papel crucial en toda su obra, con esa inteligencia y brillo tan especiales. A todos estos sitios nos ha llevado el Nobel de la mano, con su sonrisa amable, sencilla y cargada de verdad.
¿De qué sirve una biografía si no somos capaces de meternos en la piel del personaje al que descubrimos? Este axioma cobra mayor sentido cuando se trata de alguien que rompe con aquellos clichés donde los genios se sitúan tan lejos de la gente que los admira. La contemplación de su obra y su vida, junto con el hermoso retrato que ofrece Miguel Gonçalves en el documental José y Pilar, nos traen a un José de Sousa Saramago eminente, culto y sofisticado, pero a la vez tan del pueblo, tan de la gente humilde con la que se crio, que nos abraza a cada paso fundiéndonos con la cercanía de su alma noble a quienes compartimos ese origen sencillo: un 90 por ciento de la humanidad. La observación de sus pasos a través de las fuentes primarias, de sus memorias, de las páginas de los periódicos, insufla un vendaval de esperanza, de pasión por lo que se hace, de superación, de esfuerzo.
A modo de epítome: Quizá la mejor de sus obras fue la que escribió sobre las páginas de su vida: la vida de un niño humilde que no estaba llamado para hacer lo que hizo; la historia de uno de los millones de pobres del mundo para los que no se ha creado esta sociedad; la historia de un joven trabajador del metal que devoraba libros y se convirtió en secretario, editor, traductor y periodista; el relato de un escritor tardío que encontró la popularidad cuando la mayor parte de los seres humanos se jubilan; la historia de un hombre humilde que llegó a ser Premio Nobel, que jamás olvidó sus orígenes, que puso la genialidad de su creación al servicio de los más desfavorecidos, en la búsqueda constante de una sociedad mejor, más humana, más leída, más justa, más sensible. Una historia sin final, que continúa en Pilar del Río, su gran amor, en la Fundación que lleva su nombre y en los millones de personas que, en todo el mundo, descubrimos a través de la ficción tan absolutamente posible de sus novelas el axioma último que nos empuja a ser mejores personas y a construir un futuro más humano. Otro mundo, José Saramago mediante, es posible.
EXTRACTOS DEL LIBRO

Juan Pinilla
Atrapasueños, 2022
Los años 60, afiliación al PCP y publicación de poemas.
Saramago abraza los años sesenta en el seno de la editorial en la que ya se había hecho un importante hueco. Iba a ser una década intensa para él. Su sed de libros se saciaba con el cultivo intenso de la lectura como hábito y el vínculo con los importantes autores que desfilaban por la sede de su nuevo trabajo. Las traducciones suponían unos ingresos extra y un estímulo enriquecedor para conocer la literatura universal.
Por estas fechas comienza a colaborar con las células clandestinas del PCP (Partido Comunista Portugués), actividad que desemboca en su afiliación a finales de la década. La conciencia política que había ido forjando con el tiempo más su robusta ideología, encontraron en el PCP un arma y un aliado contra la iniquidad de un régimen opresor que había cerrado la conciencia de los portugueses a la posibilidad de sondear las profundidades de sí mismos y a la búsqueda de un mundo mejor, en sintonía con las libertades que tanto ansiaban en aquel país sitiado por el salazarismo.
Los años sesenta dieron para mucho pues, en 1966, cuando contaba con 44 años, regresa al mundo de la literatura, aunque esta vez como poeta. Publica Los poemas posibles, un libro que recoge versos escritos por el autor durante estos años de silencio y que suponen su regreso perentorio.
Saramago en Chiapas
El día 22 de diciembre de 1997 fueron asesinadas 45 personas, incluidas mujeres embarazadas y niños, de la ciudad de Acteal situada en el Estado de Chiapas, México. La matanza saltó a los medios internacionales y conmocionó a medio mundo. Pronto se alzaron voces señalando al gobierno como cómplice de los paramilitares asesinos movidos con la única intención de desactivar el movimiento zapatista. Con la excusa de defender la soberanía nacional, el presidente Ernesto Zedillo, a quien se responsabiliza directamente del luctuoso suceso, había deportado a varios extranjeros que levantaban la voz sobre los acontecimientos de Chiapas.
En la primavera siguiente, el escritor mexicano Carlos Fuentes invitó a Saramago para acudir al foro «Geografía de la novela«, junto a la estadounidense Susan Sontag, el sudafricano Coetzee (futuro Premio Nobel 2003) y la también sudafricana y Premio Nobel en 1991, Nadine Gordimer, entre otros. El portugués aceptó con la única condición de visitar Acteal. Nada más llegar a México aseguró a los medios de comunicación que no se callaría ante lo que viese. A estas palabras el gobierno se apresuró en contestar que se limitase a dar su opinión sobre cultura y no entrara en los asuntos internos del país. Pero el escritor se mantenía firme en sus intenciones y aseguró a la prensa durante esos días: “Voy a Chiapas porque es mi derecho y mi obligación«. Aquella postura le provocó varios disgustos, así como detenciones, amenazas y disparos al aire.
Finalmente llega a Chiapas el 14 de marzo de 1998 acompañado por el periodista Carlos Monsiváis, el escritor Enrique Sealtiel Alatriste y el también escritor izquierdista Hermann Bellinghausen. Los autores mantuvieron varios encuentros con los supervivientes de la matanza y escucharon con mucha atención cuantos testimonios les ofrecían. Fue así como conocieron de primera mano datos espeluznantes: cuando comenzó la matanza, la mayor parte del pueblo estaba orando en la iglesia. Al llegar a la parte del relato en la que el cura del pueblo les había sugerido a los asistentes que no se movieran para que los matasen a todos juntos, los escritores se echaron a llorar. «Vengo a poner mis palabras a sus órdenes», les dijo el portugués a los vecinos de Acteal. El 19 de marzo los medios de comunicación recogieron el enfado del portugués con unas declaraciones de Felipe González y Joaquín Almunia. Ambos líderes del PSOE habían rehusado hacer comentarios sobre Chiapas porque no conocían el tema “en profundidad”. Saramago calificó esas palabras como “tonterías”.
Aquel encuentro con los supervivientes del magnicidio fue descrito de esta forma por el propio autor: “He visto el horror. No el que hemos observado en lugares como Bosnia o Argelia. No. Éste es otro tipo de horror. Estuve en Acteal, en el mismo lugar de la matanza… escuchando a los supervivientes. Es difícil expresar lo que se siente cuando uno sabe que se encuentra con los pies sobre el mismo lugar donde hace tres meses asesinaron a estas personas. Me imaginaba la escena… La gente tratando de escapar, los paramilitares disparando a discreción, las mujeres y los niños gritando, huyendo entre la maleza, el lamento de los heridos…”
Saramago en Chiapas y Palestina.
Aunque Pilar del Río pronosticó en 1998 que el ajetreo de los días del premio Nobel se calmaría unos meses después, la intensidad no mermó en todos los años de vida que tenía aún por delante. El 11 de enero de 2001 mantuvo un encuentro con los lectores de El Mundo en el que dejó la puerta abierta a una inminente visita a México. Así las cosas, el 2 de marzo aterriza en este país y lo encontramos acompañando al subcomandante Marcos y al Ejército Zapatista en su marcha al DF para negociar cambios constitucionales con la finalidad de garantizar la autonomía indígena. La marcha fue un éxito para los convocantes y todo un acontecimiento a nivel internacional. Un millón de personas aplaudieron la entrada de los guerrilleros en la ciudad de México. Entre los asistentes se encontraban un buen número de intelectuales de todo el mundo entre los que se hallamos al propio Saramago, Joaquín Sabina, Miguel Ríos y Manuel Vázquez Montalbán.
Saramago declaró en aquella visita que tenía “la obligación de no encerrarme en mi propio espacio y de no decir que el resto me da igual. No me da igual Chiapas ni Kurdistán, quizá para unos cuantos sería mejor que me diera igual. Hay casos, como el de Felipe González, que dice no conocer Chiapas, pero a un señor como ese se le abren todas las puertas; a mí se me dificultó, encontré retenes por todos lados«. Fiel a la palabra que brindó durante su visita a las víctimas de Azteal unos años antes, el Nobel luso se mantenía inquebrantable. Años después, la escritora Elena Paniatowska, premio Cervantes de las letras en 2014, escribió en el diario La Jornada: “Saramago se inclina sobre nosotros con toda su paciencia, con la ternura que emana de su altura de hombre bueno. Le asombra que sus lectores le digan que lo aman, no sólo en México sino en todas partes del mundo.”
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Tras el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York el día 11 de septiembre, reflexionó sobre “el factor Dios” en una columna publicada en El País el día 18, donde señala este elemento como principal baza argumental que mueve a los seres humanos a asesinarse entre ellos, un tema harto tratado en su obra: “Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de dios”
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Uno de los viajes internacionales más sonados de José Saramago tuvo lugar en la primavera de 2002, cuando visitó Palestina y los territorios ocupados. Voló junto a la delegación del Parlamento Internacional de Escritores entre los que se encontraba el español Juan Goytisolo. Un ex ministro de la Autoridad Nacional Palestina aseguró aquellos días que el autor portugués “mostró al mundo que la causa palestina es universal y puede ser asumida por cualquiera que adhiera a los principios de libertad, igualdad, paz y justicia. José fue uno de ellos y se fue como uno de nosotros«. El escritor volvió a conmoverse ante la cruel realidad que encontró allí.
Durante aquellos días cumplió con una agenda bulliciosa que incluyó visitas a los territorios ocupados donde sintió una indignación que no ocultó ante los medios internacionales. Sus declaraciones crearon un revuelo de gran alcance que molestó, incluso, a sectores de la izquierda israelí.
En una rueda de prensa ofrecida en la ciudad cisjordana de Ramala, Saramago comparó las acciones del ejército israelí en los territorios palestinos con lo que sufrieron los judíos en el campo de concentración de Auschwitz. El Nobel se expresó en estos términos: «Es lo mismo, aunque tengamos en cuenta las diferencias de espacio y tiempo«, provocando la indignación del gobierno israelí del derechista Ariel Sharon. El escritor matizó sus palabras pocas horas después, pero sin restar contenido a la crítica fundamental.