Sara Mesa (1976) ha publicado, entre otras novelas, Cuatro por cuatro (2012), Cicatriz (2015) o Un amor (2020), además del libro de cuentos Mala letra (2016) o la crónica Silencio administrativo (2017), todo ello en Anagrama. La novela corta Perrita Country (Páginas de espuma, 2021) y el libro Agatha (La uÑa RoTa, 2017), escrito con Pablo Martín Sánchez, son otras de sus obras. Su última publicación, y sobre la que hoy hablamos con Sara, es La familia (Anagrama, 2022), un relato estremecedor sobre la cara oculta (silenciada) de la vida familiar.
MARÍA AYETE: Ya lo mostraste con el internado de Cuatro por cuatro (2012), pero vuelve a estar más que presente en tu última novela, La familia (2022), y es que el peligro, muchas veces, está más en el interior que en el exterior. ¿El hermetismo crea monstruos?
SARA MESA: No me cabe duda. Y me parece acertadísima la unión de estos dos libros. Siempre he pensado que mis primeras novelas tenían un carácter alegórico porque yo todavía estaba haciendo tentativas en mi aproximación a ciertos temas, no tenía muy claro cómo abordarlos. En cierto modo, me resultaba más fácil hablar de instituciones lejanas a mi propia experiencia (un internado de élite) que cercanas (una familia). Pero hay un hilo común, y es justo ese: los peligros del encierro, el control a través de la sobreprotección.
“No quería retratar grandes dramas, sino esas pequeñas, pegajosas cargas que se nos ponen encima sin haberlas buscado, es decir, la vida corriente”
M.A.: Decía Walter Benjamin que para participar en la realidad y transformarla, es necesario romper con los discursos y las formas hegemónicas, o sea, revolucionar la forma literaria. ¿Cuál es, para ti, la relación entre fondo y forma y cómo se relaciona la historia narrada en La familia con su estructura?
S.M.: Al poner en juego muchos personajes pensé que no era posible tomar una única perspectiva, quise huir del paradigma clásico de la saga familiar y optar por una estructura de relatos interconectados. No tenía interés por contarlo todo, sino por mostrar, mediante ráfagas, el terror de la vida cotidiana, los abusos de la educación, las ocultaciones, la rebeldía y el silencio.
M.A.: Es verdad que, en esta novela, a diferencia de las anteriores, manejas más personajes. Hablando de personajes… ¿cuál dirías que es el papel de la madre en tu novela? Empecé hace poco Hangsaman, de Shirley Jackson, y me pareció que había ciertas concomitancias entre tu familia y la de Natalie, la protagonista de Jackson, cuya madre vive la sumisión recluida en la cocina.
S.M.: Ah, pues tengo que leer esa novela, Shirley Jackson además me encanta. La madre de mi novela está recluida, más que en la cocina, en sí misma. Termina autoengañándose en gran medida, no se ve a sí misma como sumisa. Es difícil reconocer que has cometido un error que te robó años y años de tu vida. Da… vergüenza.
“Las víctimas no han de ser perfectas; esa perfección que se les exige para ofrecerles nuestra empatía es una forma sofisticada de crueldad”
M.A.: La exclusión (y sus mecanismos) es uno de los grandes temas de tu obra literaria. En La familia aparece de nuevo. Sin embargo, quisiera centrarme en una escena concreta y en su relación con tu crónica Silencio administrativo y con la cuestión de la representación del pobre. Se trata de la escena del vecino alcohólico, el infarto, la ambulancia y el perro. La empatía de los transeúntes es inexistente con respecto del hombre, pero no ocurre lo mismo con el animal (llamado, precisamente, “Poca Pena”…). ¿Qué diantres nos pasa?
S.M.: Esta escena tiene, sí, mucha, muchísima relación con Silencio administrativo. La historia de la mujer sin techo que conté en ese librito me ha influido enormemente, me ha hecho mirar de otro modo alrededor, desde el convencimiento de que las víctimas no han de ser perfectas, y que esa perfección que se les exige para ofrecerles nuestra empatía es una forma sofisticada de crueldad. Y cuántas veces no nos ha pasado de ver a alguien tirado en el suelo y solo por el aspecto no preguntar si le ocurre algo…
M.A.: Hay algo que, pienso, está también en todas (o casi todas) tus novelas hasta la fecha: el peso de lo que llevamos a cuestas, o sea, a la herencia del pasado, de la infancia y todo lo que ello implica. ¿Cómo determina esta herencia a los hijos e hijas de La familia?
S.M.: Muchísimo, como pasa siempre. La autoestima de Damián se ve dañada, es incapaz de defender sus intereses y desarrollar por completo su personalidad; a Rosa, que tiene más carácter, le arrebatan a su hija por sus supuestos trastornos mentales, le costará mucho recuperarla; Martina, la adoptada, tiene que alejarse del paraguas familiar, queda más aislada; Aqui, el superviviente, se construye una coraza para huir de la sentimentalidad. Pero yo no quería retratar grandes dramas, sino esas pequeñas, pegajosas cargas que se nos ponen encima sin haberlas buscado, es decir, la vida corriente.
“Me interesa la visión del mundo como una tragicomedia, más que la sátira, que a menudo deriva en cinismo”
M.A.: A distintos niveles y en formas diversas, el humor hace aparición en ciertos momentos de La familia (yo, lo confieso, no pude evitar reírme con ese “Aquilino, tríncame el pepino”, por ejemplo, y otros momentos que tienen que ver con Aqui). Sin embargo, el tránsito por el terreno del humor no ha sido, ni mucho menos, una constante en tu producción literaria. ¿Qué es lo que te interesa (o te ha interesado en este caso) del recurso humorístico?
S.M.: El humor me permitía ser menos solemne y más compasiva en el retrato de esta familia. Supongo que cada libro demanda un tono particular, pero a veces me he reprochado no usar más el humor en mis textos, porque en mi vida sí está presente. No me interesa tanto la sátira, que a menudo deriva en cinismo, sino la visión del mundo como una tragicomedia. Personajes como Padre son terribles en la vida real, pero al narrarlos tienen su punto cómico. Y los niños son siempre graciosos, sin quererlo, por su manera de hablar o de entender las situaciones, de un mucho más libre y desprejuiciado que los adultos.
M.A.: La impostura del personaje del Padre (parecida a la de Bedragare y a la de Tejada, y quién sabe si a la de Knut), la rebeldía encubierta de los hijos (pienso en Casi, pero también en Celia y hasta en la Rebecca de “Un reloj y tres chales”), la sexualidad de Rosa (¿como la de Nat?), el motivo del intercambio (¿en qué novela no aparece? En esta última, el hombre del aeropuerto se ofrece a comprar un kimono de seda…) e incluso la cuestión de clase (evidente en Cuatro por cuatro, pero evidente también, aunque de otra manera, en la relación del Padre con su vecina peluquera), por no hablar de las relaciones de poder, de los imperativos morales o de la incomunicación, vuelven a sobrevolar La familia. Hay un tema, no obstante, que aparece -corrígeme si me equivoco- por primera vez en esta novela: cómo el discurso heteropatriarcal sujeta asimismo a los hombres. El sufrimiento tanto del Padre como de Damián, su hijo mayor, es buen ejemplo de ello, ¿no? ¿Qué pasa, por otro lado, con Aqui?
S.M.: Es algo que siempre he pensado en el fondo, que los hombres -no todos, pero sí algunos- son también víctimas de la sociedad patriarcal, porque se les exige, siempre, ser competitivos, feroces, resolutivos y, en su relación con las mujeres, depredadores. Ay de quién no sea así… como Damián hijo. El caso de Damián padre es diferente. No es así exactamente, pero sí tiene ese afán narcisista del fundador (de una familia, de una ong…), la aspiración a convertirse en líder espiritual de los suyos, el deseo de ser admirado y reconocido por la sociedad como un buen hombre. Pero sus armas son débiles, basta con que los hijos crezcan y piensen por sí mismos para que su pequeño imperio se desmorone, y hay señales previas en todo el libro, y vemos su sufrimiento. En cuanto a Aqui, a pesar de su humor, su personalidad es más fría, su análisis de la realidad es más superficial, él no entiende del todo por qué sus hermanos sufren tanto. Alguien me dijo que se inscribe en la tradición de la picaresca, y es cierto, su inteligencia radica en su capacidad de adaptación. Pensaba también en esto que dices sobre si es una novedad en mis libros, y en parte sí, desde ese lugar, pero recordaba también al Knut de Cicatriz, alguien deseoso de escapar del sistema, de reivindicar su individualidad, y sin embargo sujeto a los mecanismos heteropatriarcales de la seducción, que también se vuelven contra él.