La impresionante pionera que hoy traemos aquí fue una mujer con un compromiso con la Ciencia, sin duda, fuera de lo común, como podemos ver en el título de su último trabajo. Putnam documentó los síntomas del tumor cerebral que acabaría con su vida de un modo absoluto y objetivo, como si siguiera trabajando en alguno de sus múltiples trabajos. Murió a consecuencia de su enfermedad en 1906 en Nueva York.
Pero no adelantemos acontecimientos… Mary Corinna Putnam nació en Londres, aunque muy pronto se trasladó con su familia a EEUU, donde recibió su primera educación. Completó su formación con Elizabeth Blackwell (la conocida como primera doctora moderna y de la que quizá hablemos en algún momento). Y a pesar de que su padre consideraba la medicina una profesión “repulsiva”, nuestra Mary ya apuntaba las maneras férreas cuando creía en algo y consiguió la aprobación para hacerlo.
También debutó escribiendo relatos, aunque a partir de los 29 años lo dejó. Se dedicaría en cuerpo y alma a la producción y el estudio científico, a la integración de los trabajos clínicos y de laboratorio a la medicina, y a la lucha feminista, trabajando con sufragistas y resultando una de las más importantes portavoces en materia de la salud de las mujeres.
Después de una vida apasionante, en la que participó como asesora médica en la Guerra Civil de su país y viajó a París para ser la primera estudiante admitida en la École de Médecine (no sin problemas, como podrán imaginar) entre otras cosas, regresó a Nueva York donde cosechó numerosos éxitos: ingresó en la Asociación Médica Americana, llegó a ser profesora en el nuevo «Colegio Médico Femenino de Enfermería», organizó la Asociación Médica de las Mujeres de Ciudad de Nueva York, de la que fue presidenta, e hizo una intensa campaña para que las principales escuelas médicas admitiesen alumnado femenino.
Pero si es conocida por algo es, sin duda, por el brillante zas que asestó a Edward Clarke, todo un señor(o) profesor de Harvard que publicó en 1873 «El sexo en la educación, o, una oportunidad justa para las chicas». Suena bien, ¿verdad? Pues no, desengáñense, que el trabajo en cuestión recogía perlas como esta:
Existen casos, y yo los he presenciado, de mujeres que se gradúan en las escuelas universitarias y facultades con expedientes excelentes, pero con ovarios poco desarrollados. Más tarde se casan y resultan ser estériles.
En resumen, lo que el prestigioso Dr Clarke venía a defender es que no era posible pensar y menstruar al mismo tiempo y que intentarlo resultaba peligroso.
Evidentemente, nuestra doctora no estaba en absoluto de acuerdo con él. Ella, que era defensora del voto para la mujer y de su equiparación a todos los efectos con los hombres, se armó con las herramientas que mejor sabía utilizar: datos e investigación. Y allá que estuvo 3 años trabajando incansablemente hasta la publicación, en 1876, de su “La cuestión del descanso para las mujeres durante la menstruación”, 232 páginas de duros números, gráficos y análisis resultado de una profundísima encuesta, trabajo por el que recibió el Premio Boylston de la Universidad de Harvard. Suponemos que al señor(o) no tuvo que hacerle mucha gracia que su misma Universidad premiara el excelente “zas, en toda la boca”, de Putman.
Como recoge Rachel Swaby en un estupendo artículo dedicado a nuestra pionera (a la que bautiza como “la madrina de la medicina estadounidense”) publicado en The Atlantic:
El documento resultante fue dolorosamente imparcial. (…) Si las mujeres sufrían de tuberculosis, escrófula, anemia y neuralgia, no era, como Clarke afirmó, porque estudiaron demasiado duro.
A lo largo de su vida escribió más de 100 artículos médicos, relacionados sobre todo con la salud de las mujeres, incluyendo el libro «El sentido común aplicado al sufragio de las mujeres”, ampliamente utilizado para apoyar el movimiento sufragista en Estados Unidos y un artículo sobre la historia de mujeres médicas en los Estados Unidos, dentro del volumen dedicado al Trabajo de las Mujeres en América. Asimismo, impulsó la publicación y reconocimiento al trabajo de otras compañeras médicas.
Una mujer increíble que luchó toda su vida para poner la ciencia al servicio de las mujeres, cuestionando siempre que fuera necesario tanto a la sociedad como a los dogmas científicos establecidos entonces. Y ayudando a cambiar la historia.