Pudiendo entrar en Internet, no hace falta esforzarse por escribir una ponencia o una humilde reseña de lo que este Rey, tan manolo, es capaz de hacer sobre un escenario cantando o dando palique al público. Sin embargo, me parece necesario subrayar algunos aspectos de su espectáculo desde una perspectiva sociopolítica y cultural.
Este Rey curra como un jornalero a destajo, por el tiempo que dedica al escenario, por cómo prepara el espectáculo, hablado y cantado, y por la paliza que se dá actuando más allá de la propia interpretación de un cambiante repertorio de apasionantes canciones que merecen la pena recordar. Porque Manuel Rey no sólo canta copla sino que la explica y la adorna con mil anécdotas ilustrativas de lo que somos socioculturalmente. Y es que somos lo que cantamos con pertinaz memoria. Y la explicación que ofrece Manolo de este tinglado emocional, cultural y artístico va con estilo didáctico pero adornada con anécdotas salvadas del olvido: sirven para señalar la necesidad de asumir la defensa de unos valores socioculturales que están amenazados por la perversa evolución del mundo capitalista. Vivimos peligrosamente acosados por una colonización que nos suplanta palabras enraizadas en nuestra historia por nuevos vocablos que las sustituyen con la intención de fabricar una neolengua.
Señala con acierto Manuel Rey cómo la memoria de una población mayormente pobre y analfabeta fue capaz de salvar y transmitir un cancionero que recogía los valores sociales que formaban parte de la vida diaria de una sociedad que se alimentaba de emociones transformadas en referentes morales y estéticos. Al menos, el público que asiste masivamente (y hasta militantemente) a sus convocatorias recibe las coplas como si de una dieta semiótica necesaria se tratara. Bromea incluso el artista cuando avisa a su público de que parece una secta. A mí me recordaba las funciones del Teatro Chino de Manolita Chen, que llegaba cuando las fiestas del pueblo con su ración de varietés y, por supuesto, de coplas picantonas, desenfadadas y, sobre todo, asumidas de antemano por los oyentes.
No se lo tomen como que les inoculo una publicidad jugando con la nostalgia. Estas líneas son, más bien, una promoción para refrescarles la memoria y, afortunadamente, nuestro Manolo ofrece con frecuencia mensual sesiones musicales y parlanchinas donde volvemos a disfrutar con las obras de tantos compositores que fueron interpretadas por artistas de trayectorias novelescas (que nuestro coplero cuenta con toda la picardía que contienen), sin faltar los guiños de complicidad cuando alguna batallita pasada se parece a las que vivimos en el presente.
Son treinta años de trabajarse la copla y podemos agradecerle el esfuerzo y los resultados. Su público lo hace y nosotros subrayamos el buen hacer de un artista que nos ofrece el rescate de nuestra identidad más popular, por mucho que la mona se vista de seda empujada por un arrasador consumismo.