El que fuera considerado enfant terrible del cine americano, Darren Aronofsky, (desde aquella increíble y un millón de veces imitada) Réquiem por un Sueño (2000) vuelve con quizá su más esperada película hasta la fecha por diversas razones; al hecho de que hemos tenido que esperar cinco años desde su anterior película ¡Madre! (2017), se une el dato de que este filme supone la vuelta del actor protagonista Brendan Fraser; y ha sido una vuelta entrando por la puerta grande de Hollywood. El que fuera un actor con una carrera prometedora en los 90, protagonizando taquillazos como George de la Jungla (1997) o Dioses y Monstruos (1998), se encontraba desparecido de la profesión y de los medios desde hace más de una década.

Las horas bajas de Brendan Fraser

Al parecer, una serie de problemas de lesiones físicas (con sus correspondientes intervenciones quirúrgicas), unidas a su divorcio y a un episodio traumático que casi podríamos englobar dentro del movimiento #MeeToo lo apartó de su profesión durante 15 largos años.  Fue en el 2003 cuando tuvo su último papel protagonista.

Tras años con papeles anecdóticos y escondido de la vida pública fue en 2018 cuando, alentado por las declaraciones públicas de sus compañeras actrices femeninas, decidió denunciar un episodio que le marcó profundamente. El que fuera presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera (entidad organizadora de los Globos de Oro), Philip Berk, aprovechó una cena organizada en el marco de los premios para agredir sexualmente al actor. Este hecho marcó profundamente a Brendan, que no solamente nunca recibió una disculpa sincera de parte del periodista, (que tachó el incidente de una broma) sino que además tuvo que presenciar cómo Philip siguió ejerciendo dentro de la asociación hasta el 2021, fecha en que se le expulsó por arremeter contra el movimiento Black Lives Matter, al que tachó públicamente de movimiento racista.

Es descorazonador que, muchos años después, se sigan sucediendo en la industria del cine abusos de este tipo y, lamentablemente, no sólo en Hollywood. Hace unos días hemos leído la triste noticia de cómo en la afterparty de los españoles Premios Feroz se han denunciado dos agresiones sexuales; una por parte de un conocido productor hacia una actriz y otra por parte de un hombre, cuya identidad no ha trascendido, hacia otro actor.

Afortunadamente, el protocolo se siguió pulcramente protegiendo a los actores y aislando a los agresores que, con la nueva ley del Solo sí es sí, con toda probabilidad no saldrán impunes. De momento, la Asociación de Periodistas de los Premios Feroz ya ha anunciado que los agresores serán, además, vetados en estos premios en lo sucesivo. Esperemos estar a las puertas de un nuevo giro en el guion de la historia, donde los señores del cine abandonen sus desmanes (y su auto concedido y alucinatorio derecho de pernada) enterrados para siempre bajo las montañas de indignación que ya generan en la sociedad.

“Yo estaba en el desierto, pero me encontraste”

La película The Whale (2022) no ha dejado de cosechar éxitos desde su estreno. En Venecia recibió una ovación de más de 6 minutos y en la entrega de los Critics Choice Awards, donde fue galardonado por su gran interpretación, Brendan Fraser obsequió al público con estas emotivas palabras entre lágrimas de emoción: “Yo estaba en el desierto. Y probablemente debí dejar un rastro de migajas de pan. Pero tú me encontraste y como todos los mejores directores, me mostraste a dónde ir para llegar a donde necesitaba estar”, le dijo a Darren Aronofsky.

Como ya ocurriera con John Travolta, que fue “recuperado” por Tarantino para Pulp Fiction (1994), la de Brendan Fraser promete ser una vuelta prometedora al celuloide. El cariño del público lo tiene ganado de antemano como se ha podido ver estas semanas.

The Whale o la búsqueda autodestrutiva de la redención

Si algo caracteriza a la filmografía de Darren Aronofsky son los personajes que luchan, normalmente contra sí mismos y sus demonios internos. En esta ocasión, adapta una obra de teatro del dramaturgo Samuel D. Hunter, con el mismo nombre que la película. Basada en la vida del propio escritor, retrata la vida de un profesor de literatura obeso mórbido, que ha perdido los motivos para vivir. Con apenas movilidad, somos testigos de la autodestrucción del protagonista al estilo de aquel alcohólico en Leaving Las Vegas (1995), cuya única pretensión era morir bebiendo. En este caso, Charlie (que así se llama el personaje), se limita a comer sabiendo que su corazón da claras muestras de no poder seguir aguantando más esos abusos.  Sus atracones son su droga y su vida se desarrolla íntegramente en su pequeño piso, escenario único de todas las escenas del filme. 

Tal es la vergüenza que siente por sí mismo, que ni siquiera a sus alumnos (a los que da clases online) ha dejado ver su aspecto, amparándose en la excusa de que no funciona la cámara de su ordenador. La única persona con la que comparte algún rato de su vida, es una amiga cuidadora, que se debate entre el dolor de no poderle asistir, ya que Charlie rechaza ir a un hospital y de proveerle o no de la comida que acabará matándole pero que le da los únicos momentos de felicidad.  La actriz que da vida a este personaje, Hong Chau, ha sido también nominada por su gran interpretación como actriz de reparto para los Oscar y para los Globos de Oro.

Asistimos a los (presumiblemente) últimos días en la vida de Charlie, que intentará retomar contacto con su hija, que hace años no ve, como última voluntad.

El resultado de esta premisa es una película que se sostiene (en su mayor parte) en la soberbia interpretación de Brendan Fraser. Merece, sin género de duda, ganar el Oscar al mejor actor para el que ha sido nominado. No sólo porque se ha preparado para el papel al modo que tanto gusta en Hollywood, engordando todo lo que ha sido capaz para sentir en sí mismo el personaje (el resto del peso hasta los 300 kilos se los han proporcionado unas prótesis complicadas de llevar), sino porque su actuación es intachable. El grado de empatía y compasión que consigue en la audiencia, te introduce de lleno en un drama personal, en una agonía asfixiante y en una cotidianeidad impregnada de miseria, que trasciende la pantalla. La incomodidad de las imágenes y su lograda emotividad no puede dejar impasible a ningún espectador.

Esa fuerza de los personajes y su profunda humanidad se pueden ver sin embargo empañadas por un guion repetitivo y una visión de la redención demasiado anclada a la religión cristiana y a un sentimiento de culpa totalmente imbuido de esta moralina.  Aunque bien dirigida como no podía ser de otra forma, el desarrollo de la historia no está a la altura de sus actores.

No en vano, la crítica se ha dividido, una vez más, entre detractores y defensores de Aronofsky. En lo que todo el mundo ha coincidido, es que la interpretación de Fraser merece la pena ser vista y disfrutada. Sin duda alguna estamos ante el mejor papel de su carrera. Esperemos se alce con el Oscar en la próxima edición del mes de marzo; la redención de Charlie, y de los que como él han sufrido la tristeza y la incomprensión social, estaría seguro ese día, un poquito más cerca.

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