“Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy seguro de que la primera sea cierta”. (Albert Einstein)

Condicionados quizá por el enorme influjo que supuso la realidad del Covid, así como el papel insoslayable de la ciencia como instrumento primordial para superar la pandemia, hemos dedicado algunas entregas de esta sección a iluminar aspectos de nuestra memoria científica, siendo ese ejercicio imposible de situar al margen de los aconteceres históricos y políticos. El alzamiento fascista, el posterior conflicto armado 1936/39 y la durísima posguerra, marcaron un antes y un después de la ciencia en España. Muchos de los nombres ilustres que ensanchaban horizontes en las universidades, organismos técnicos, laboratorios, etc., perdieron la vida durante aquellos años y otros tuvieron que reiniciar sus carreras en el exilio. Fue sin duda un destrozo mayúsculo que -y ese es otro debate-, probablemente aún no hayamos superado, ni desde el punto de vista de la ciencia ni como sociedad.

Dentro de los límites de espacio que incorpora esta columna, hoy recordamos a Pedro Carrasco Garrorena (Badajoz, 1883 – Ciudad de México, 1966), físico y astrónomo. Durante muchos años, y hablamos ya de años en democracia, la atención que los historiadores de la ciencia prestaban a la física del primer tercio del siglo XX, periodo que ha recibido el nombre de Edad de Plata de la física española, persistía de forma machacona en la injusticia de omitir la aportación científica de Pedro Carrasco de entre los nombres claves de ese momento histórico. Hagamos memoria…

Natural de Badajoz, provenía de familia humilde y numerosa. Al acabar el bachillerato en el instituto de su ciudad, en 1900, se desplazó a Madrid para estudiar Física en la Universidad Central. Careciendo de recursos económicos para costearse los estudios, alternó éstos con la tarea de pintar retratos al óleo y dibujos para encajes y bordados. Carrasco acabó su licenciatura en Física con excelentes calificaciones en 1904. Al año siguiente leyó su tesis doctoral, sobre el poder rotatorio en el cuarzo, un tema clásico de la óptica. En 1905 se doctoró y consiguió un puesto de auxiliar interino de Física-Matemática en la Universidad Central. Ese mismo año, por otra parte, ingresó por oposición en el Observatorio Astronómico de Madrid.

En la mencionada institución científica, Carrasco realizó trabajos meteorológicos, estudios de espectroscopia astronómica (con viajes a diferentes observatorios europeos), diseño de métodos experimentales para medir la velocidad de la luz, la construcción del laboratorio astrofísico, medidas de la constante solar, puesta a punto de nuevos equipos, etc. Durante los años previos a la proclamación de la República, Carrasco vio reconocido su trabajo con su designación para desempeñar diferentes cargos académicos y docentes, incluyendo la Cátedra de Astronomía Física de la Universidad Central que se le asignó en 1931. Su nombramiento como director del Observatorio Astronómico llegaría en 1934, hecho que nos sirve para introducir la idea del cambio generacional y de la consolidación, durante el período republicano, de una nueva generación de astrónomos profesionales, buenos conocedores ya de las técnicas más avanzadas.

Paralelamente a su vida como astrónomo, discurrió su vida en la Universidad. Durante el año 1917, Carrasco ganó la cátedra de Física-Matemática. Fue elegido académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1929 y decano de la Facultad de Ciencias en 1931. Cuando Albert Einstein visitó España en 1923 impartió varias conferencias en Madrid, y en todas participó de forma relevante Pedro Carrasco. En el primero de estos eventos intervino como presentador, con la asistencia de Antonio Maura, presidente del Gobierno. Otro destacado personaje que haría las veces de introductor durante aquellas sesiones del genio alemán fue el filósofo Ortega y Gasset.

Afiliado a Izquierda Republicana, en enero de 1939 Carrasco y su familia partieron hacia Francia con un grupo de intelectuales republicanos. Posteriormente, tras un largo viaje, llegarían a México en mayo de 1939. La vida profesional de Carrasco en México estuvo vinculada a la educación y a la divulgación científica. Escribió libros, impartió docencia en numerosos centros de educación superior e impulsó de manera significativa la renovación de la ciencia geográfica del país azteca.