En política transformadora, basada siempre en el poder popular, tan importante es saber representar a la gente como ser gente. Quizás es lo mejor que puede decirse de un político: que no ha querido ser famoso, sino popular. Y lo peor que puede decirse de los esquemas falsarios inventados por la posmodernidad, o ideología del capitalismo tardío. Precisamente ahí establecen la fisura: entre la gente realmente existente y la forma de “representar” la política, al margen de la realidad material y sus obligaciones. Lo que sin duda supo recoger uno de los padres de esta impostura, Foucault, cuando llegó a sintetizar la operación antipolítica en una frase: “Yo creo que la realidad no existe, que solo existe el lenguaje”. Principio teórico en el que hay que asentar el reino de las fakes news y, más allá, la propia crisis del periodismo actual.
En el mismo orden de cosas, a la hora de defender “ser gente”, estamos hablando de una especie de síndrome Pasionaria. Nos referimos a su libro de estilo a la hora de defender a la gente, por ejemplo, en aquel rifirrafe en que lio tal follón que el dueño que había desahuciado a un obrero tuvo que devolverle la llave de la vivienda porque no podía resistir a Pasionaria, que “hablaba no como una diputada sino como una cocinera”. O como cuando se encerró en el fondo de una mina con los mineros en huelga, rompiendo la frontera señalada por el sistema entre política representativa y “chantaje” movilizador de la gente. Acto este que no fue entendido ni por (alguno de) los suyos ni, mucho menos, por los garantes del sistema, que no concebían que esta forma de hacer política, que rompía el teatro convenido, pudiera existir.
Tal vez, llegados a este punto, convenga aclarar que al hablar de “ser gente” nos referimos a aquellos y aquellas que no aceptan portar una cabeza ortopédica. Algo de lo que ya nos advirtió Marx en el prólogo de El Capital: “Me imagino, naturalmente, a lectores que quieren aprender algo nuevo, esto es, que también desean pensar por sí mismos”.
Y tal vez convenga también aclarar que nos vamos a referir a una forma de “ser gente” que se ha consolidado desde la base misma de la práctica política en muchos militantes y candidatos de IU y del PCE. Estoy hablando más concretamente del municipalismo, de la forma de ser militantes y representantes del municipalismo; o, lo que es igual, de la filosofía de la cercanía, de la proximidad, de ser gente asumiendo en primera persona, y en directo, las reivindicaciones de la gente, sean habitantes de pueblo, barriada o de las grandes ciudades.
Sin duda la política municipal es un tranvía de cercanías; ese tranvía que a lo largo de todo el día se acerca y se aleja del centro; y ya sabemos que el capitalismo es un sistema para hacer obras en el centro. Los habitantes de los pueblos y barriadas se acercan, a veces, a trabajar en el centro, pero luego regresan a sus campamentos base. Y ese viaje político tiene como soporte a militantes específicos, esos que saben que la verdad es siempre concreta, esos que saben que no puede uno negarse nunca ni a un vino viejo ni a una verdad nueva, esos que conocen la importancia participativa de la relación, del contacto, de lo que ahora se llama empatía, que no es otra cosa que una simpatía compasiva.
A ellos me refiero: a muchos de nuestros candidatos desde la primeras elecciones municipales; en eso me detengo: en su especial manera de concebir la política, por encima de cualquier costumbre acomodaticia. Y digo esto contra la comodidad porque esta política de cercanía, de “ser gente”, exige un esfuerzo descomunal, una atención ininterrumpida: estar abiertos siempre como si tratara de una una farmacia de guardia. Porque no solo se sudan los votos a conseguir, sino la construcción de una relación con la gente que va a ser permanente durante los cuatro años de mandato.
Elaborar un programa de puerta en puerta, de tú a tú, como si se tejiera una tela de forma incansable (una tela que, a veces, según la vas remendando se van rompiendo por otra parte), tiene estas servidumbres. Pero en verdad, si queremos ser rigurosos, no hay otra forma de hacerlo. No vale aquello que dijo Churchill (“Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”), porque no se trabaja para después desconectarse de la gente y representar una soledad heroica, se trabaja precisamente para lo contrario: para representar a la gente, sí, pero sobre todo, y cabe repetirlo, para ser gente.