Podría escribir (construir) esta reseña sobre la primera novela de Bibiana Collado Cabrera a base de fragmentos directamente extraídos del texto de ficción. De verdad, sería totalmente factible y, además, mostraría de forma clara la cantidad de temas que toca este Yeguas exhaustas, publicado hace apenas unos meses por Pepitas editorial. Me llevaría mucho tiempo, eso sí, el proceso de selección, porque hacía tiempo que no subrayaba tanto un libro (sobre todo la primera mitad de la novela, qué buena, qué potente, qué directa… ¿Resultado? Pues eso, párrafos y párrafos marcados).
Lo que sí que tengo claro es el inicio. Empezaría con: “Nunca hay paz para el cuerpo”, sentencia a la que yo añadiría –siguiendo de cerca la novela– que sobre todo para el de mujer, porque, atención, están la menstruación y el parto, pero también el trabajo, las/os hijas/os y –oh, sorpresa– las opresiones generales contra el cuerpo (el bombardeo sexual a través de canciones, televisión y ropa: los trastornos alimenticios) y la constante necesidad de (auto)justificación por la queja (¿tengo legitimidad yo…? ¿Me duele tanto como para…? ¿No estaré exagerando…? ¿Acaso la mamá haría/dejaría de hacer…?). “Como sabéis” –continuaría– “la educación femenina es esencialmente masoquista”, sobre todo si tu madre, “eterna clase baja y trabajadora como una mula”, te ha dicho por activa y por pasiva que chitón, que la mujer fuerte/buena/MEJOR es aquella que se sobrepone al sangrado. ¡A TRABAJAR! Solo hay que unir un poco las piezas; pero, no importa, resuelvo yo el puzle, porque es sencillo: “un pobre no puede permitirse dejar de trabajar menos ni un solo día de su vida. Una pobre, menos”.
Ay, he aquí la intersección de género y de clase, el centro en torno al que se articula Yeguas exhaustas, un texto que busca poner en palabras el estallido de las contradicciones de un cuerpo y de una mente explotados. El cuerpo y la mente de una mujer joven que trabaja en un instituto de secundaria de València como docente de lengua castellana y literatura; que ha estudiado una carrera y un doctorado y sabe de la precariedad, los abusos y el nepotismo de la academia; que ha tenido durante mucho tiempo una pareja de la que ha recibido abusos tanto físicos como psíquicos; que se ha criado en un pueblo de la provincia de Castelló y cuyos padres, procedentes de un pueblo de Almería, emigraron en busca de un futuro mejor; una joven que si habla castellano porque habla castellano, pero si habla valenciano… ¿se notará la impostura? ¿Y si suelta una castellanada? ¡Pillada! Y el bochorno, las ganas de huir o de que se abra el asfalto y te trague hasta el fondo.
Esa joven se llama Beatriz y pertenece a los de abajo, por mucho que haya estudiado carrera y doctorado; a los que agachan la cabeza y se sienten fuera de lugar en congresos y conferencias; a los chamó y qués, aunque haya estudiado en valenciano; a los que escucharon las cintas y los discos de Camela (que no es exactamente lo mismo que escuchar a Estopa) y no a Los Planetas; a los que de cultura poco, aunque la cultura es para todos (ja) y, entonces, la primera vez que oyeron citar a Foucault, escribieron Fucó; a las que no son falleras, porque Las Fallas –sabedlo bien– de fiesta popular tienen poco; a los que en vacaciones volvían al pueblo familiar y en los ratos muertos acompañaban a las madres a trabajar; a los que saben bien de dónde vienen, aunque por momentos hayan caído –no son los únicos– en la ficción del ascensor social y de la igualdad de oportunidades, y lo saben bien porque lo notan, porque lo huelen, porque la vergüenza, los prejuicios, la servidumbre, los modales, la ropa, los gustos, el acento, la forma de hablar… están ahí. Todo el tiempo.
Yeguas exhaustas trata de decir lo indecible, de poner en palabras lo que se te escapa como agua entre las manos porque el agua es líquida y las manos tienen dedos y no hay manera de que no se filtre por los resquicios. Las palabras se te escapan porque no tienes cuenco, porque no hay donde asirlas, o sea, porque no hay referentes, porque la literatura con la que entronca el texto de Collado Cabrera –la literatura que habla de (la falta de) dinero y sabe lo que cuestan media docena de huevos y un kilo de patatas– es todavía poca, muy poca. Pero tiempo al tiempo, grano a grano.