Marcos Ana, un poeta en el penal de Burgos Del libro ‘El Partido Comunista de España y la literatura (1931/1977)’, de Manuel Aznar Soler, editado por Atrapasueños
Editorial Atrapasueños Seguir a @AtrapaEditorial 02/02/2021
El Partido Comunista de España y la literatura (1931-1977). Once estudios sobre escritores, intelectuales y políticaManuel Aznar SolerAtrapasueños
Asiste poco tiempo a la escuela y aprende sólo a leer y escribir. Debe trabajar, ayudar a su padre en la faena agrícola y, otras veces, recorrer cortijos y pueblos vendiendo, en un carrito, pequeños artículos: cordeles, herramientas campesinas. En 1936 estalla la sublevación franquista. Marcos Ana, 15 años apenas, se va voluntario al frente de Guadarrama en un batallón de milicias. En Alcalá de Henares recoge el cadáver de su padre de entre los escombros de su casa derruida. A los 17 años se incorpora al Ejército, en la Octava División.
Los jóvenes católicos de entonces íbamos a los mítines políticos de las organizaciones juveniles de izquierdas para repartir a la salida nuestra propaganda religiosa. En una de esas ocasiones, escuchando a un dirigente de las Juventudes Socialistas, me sorprendió y me dejó conmovido aquel joven orador. Se llamaba Federico Melchor y, como el guardagujas encargado de manipular las vías de los trenes, contribuyó a cambiar los caminos y el destino de mi vida. Me parecía hermoso y romántico aquel ideal de redención para los explotados y en enero de 1936, el mismo día que cumplía los 16 años, decidí ingresar en las Juventudes Socialistas.
Fue en esa actividad política y en ese lugar, cuando conocí personalmente a los escritores María Teresa León y Rafael Alberti. Yo era instructor político de la juventud en el Ejército del Centro y me encontraba en El Pardo cuando un día aparecieron los dos con las Guerrillas del Teatro. Después subimos a la posición de Las Matas, con el teniente coronel Ascanio que mandaba el sector, y se improvisó un acto con unos cientos de soldados que iban a entrar en fuego aquella noche.
Bajo los muros de mis prisiones, en los rincones de sus patios grises, en sus frías celdas de castigo, en las noches cercadas por los alertas de los centinelas, he construido mis poemas con el grito y el dolor de mis hermanos, con mi propio dolor y nuestras comunes esperanzas. He golpeado los muros hasta dejar enrojecida mi palabra. He buscado a tientas la más pequeña grieta de luz para sacar mi triste voz al mundo y pedir amnistía y solidaridad. Mi país y el mundo han oído mi grito y me han arrancado de la cárcel. Pero cientos de hermanos míos aún permanecen encadenados.
Ni un muerto, ni mil muertos, ni todos los muertos del mundo me pueden devolver a mí estos trozos de mi vida que yo he dejado en los patios y en las celdas de las cárceles. Lo único que me podría recompensar un poco la vida es ver triunfantes los ideales por los cuales yo he luchado, por los cuales ha luchado toda una generación.
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